¿Os acordáis cuando aún erais pequeños, y teníais miedo porque pensabais que había un monstruo debajo de la cama? ¿O en el armario? Que os iba a arrastrar hasta su guarida malvada sin daros cuenta, porque estáis durmiendo, y erais vulnerables. Sí... ¿Os acordáis?
Porque yo sólo recuerdo el temor que tenía hacia aquel monstruo que, si bien, no se escondía debajo de la cama o en el armario, ni tampoco trepaba por las sombras o podía colgarse del techo, era en verdad un monstruo feroz. Un lobo. Un cazador, que ataca a su presa cuando más débil está.
Porque sí, es un monstruo, y yo no le creí.
Pero creo que puedo contaros que me acuerdo de cómo pasé esa noche… Antes de mi muerte. Ah, sí. Empezó cuando le dije algo sobre Navidad.
Sólo le dije que quería un momento sin él, en Navidad. Unos días de vacaciones sin él, y que luego volvería… Porque me agobiaba.
Bueno, a decir verdad, ni siquiera me gustaba él. ¿O sí? Ya no estaba segura de nada. Pero tenía miedo. Estaba aterrorizada, y me temblaban las piernas. ¿Cuándo se convirtió en un monstruo como ese? Yo… Yo quería huir. Pero esas cadenas me lo impedían.
Intentaba tirar de ellas, pero como había previsto, no funcionó.
Éramos felices. Era feliz. Yo, era feliz. George fue el único que me comprendió cuando mis padres me habían echado de casa por mal comportamiento, pero… Era la adolescencia.
En ese lapso de tiempo de mi tristeza, George se fue adentrando poco a poco en mi corazón, hasta tal punto que, un día, me mostró su obsesionada colección de vídeo juegos. Uno por aquí, otro por allá. Era tal su obsesión que me dijo una vez algo como…
—Yo… No quiero hacerte daño. — Me dijo, cogiéndome las manos. —Quiero tu bienestar, Lauren. Por eso, yo creo que deberías alejarte de mí.
—¿En verdad esa era su manera de dejarme? — Me sorprendo, y suelto un grito ahogado.
—No es lo que tú piensas, Lauren. — Me acerca más a su pecho, reconfortantemente cálido. —Soy un… Un monstruo. Pero no quiero dejarte. — No sé porqué… Pero mis instintos me dicen que todo esto es cierto.
Me negaba. Absolutamente me negaba. No pensaba dejarlo ir.
Le cojo el rostro con ambas manos y le suelto mi discursito romántico: —Me abstengo. ¿Vale? Tú no eres un monstruo. Yo te quiero a ti, George. Y aunque fueras ese monstruo, también amaría esa parte de ti. — ¿Pero saben qué? Lo que dije nunca me lo creí.
Era tan estúpida en ese entonces. Pensaba que mi aventura romántica con George era bonita pero entonces… Ocurrió que en Navidad yo no quise ir con él a un hotel. Sí. ¿Y por un hotel en Navidad? Tenías razón, George.
Eras un monstruo, corrección, eres un monstruo. Pero… ¿¡Por qué te seguía amando, maldición!?
En ese entonces, incluso logré llorar de frustración, e intentaba liberarme otra vez de las cadenas, que me ataban las muñecas y los tobillos. Entonces, la puerta se abrió, y te vi. Con una sonrisa perfecta que antes daba miedo, y unos ojos sin iris, que resaltaban tu locura.
¿Cuándo fue que decidí amarte? Ah. Ya recuerdo. Cuando me comprometí a ser tu novia.
Te rechacé mentalmente. Ya no quería, ahora… Quería que me dejases ir.
—¡George, déjame! ¡Por favor! — No podía ayudarle. No quería ayudarle. Estaba harta de sufrir por él. ¿Y qué me da a cambio? Miedo. Terror. —¡George, maldita sea! No puedes hacerme esto. ¿Me recuerdas? Soy yo, Lauren. — Su mirada no cambió, y cuando se acercó lo suficiente, logré mover un poco mi tobillo, dándole un traspié que le hace caer. La llave de las cadenas se desliza de un bolsillo de su pantalón, y yo la acerqué con mi pie.
Logré, no sé cómo, sostenerla con la boca, y pasarla a mi mano derecha. En varios segundos, ya me había librado. Eché un último vistazo a George, sobándose la cabeza, y mis piernas empezaron a moverse.
Estaba corriendo. Corriendo rápido y veloz. Todo lo que mis piernas podían soportar; así corría. Con miedo, temor, agonía. No quería dejar a George pero… Su hermana me lo advirtió.
—Es un monstruo, pero… Es mi hermano. — Me dijo en ese entonces. —Por favor. Intenta ayudarle, Lauren. — Dice mi nombre completo, y me estremezco; es grave. —Él nunca ha sido amado por nadie, y me da vergüenza admitirlo. Yo tampoco lo amo. Es mi hermano, y lo quiero, pero no soy capaz de darle un amor tan profundo como el que tienes tú.
Qué ironía. Pensé que la loca era ella, en ese entonces.
Y decido marcharme, lejos de Luz, hasta que me agarra del hombro y me susurra: —Pero si se convierte en un monstruo… Huye.
¡Tenías razón, Luz! Y quizás es demasiado tarde, pero estaba huyendo. Todo lo que puedo.
Debí creerte cuando me lo dijiste.
Paré un momento, para respirar unos segundos, apoyándome en un árbol. Me giré, procurando que George no me siguiese; así es. No me siguió.
Volví a mi posición original, y alcé la vista.
Grité, sorprendida. Nadie me oyó, pues estaba cerca de un bosque.
Y lo supe, ahí mismo, que nunca podría escapar de él.
Porque es George.
Y es un monstruo.
